Columnistas

Belgrano y su propuesta educativa al servicio de la Revolución

Por Gastón Bivort (*)

“Sin educación, en balde es cansarse, nunca seremos más que lo que desgraciadamente somos». Esta es la conclusión a la que arribó Manuel Belgrano al consumarse el proceso revolucionario que se inició en mayo de 1810, y que concluyó en 1816 con la declaración formal de la independencia. Vaya si se cansó Belgrano luchando por la causa de la emancipación, poniendo a su servicio sus dotes de intelectual, pero también su esfuerzo y sacrificio para conducir ejércitos cuando la hora lo requería. Sin embargo, luego de ser uno de los principales promotores de la destitución del virrey y de su reemplazo por una Junta de la que formó parte como vocal, de hacerse cargo de la expedición al Paraguay, de darle una bandera, un símbolo, un emblema a la patria naciente y de conducir dos veces el Ejército del Norte con recordadas victorias como las de Tucumán y Salta, Belgrano cerró el círculo volviendo a las fuentes, es decir, a aquel propósito inspirador sin el cual la Revolución carecía de sentido. En los albores de la inminente gesta de Mayo, ya había anticipado que la educación no solo era necesaria para prevenir la miseria y la ociosidad, sino también para evitar todo tipo de esclavitud.

Ya desde sus tiempos como secretario del Consulado bregó para que los gobiernos tomen muy en serio la cuestión educativa. Desde ese puesto libró su batalla por la creación de escuelas de primeras letras a lo largo de cada ciudad, villa y territorio:»(…) Esos miserables ranchos donde se ven multitud de criaturas, que llegan a la edad de la pubertad, sin haberse ejercitado en otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto. Uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin son las escuelas gratuitas, a donde puedan los infelices mandar sus hijos, sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podrán dictar buenas máximas, e inspirarle amor al trabajo, pues en un pueblo donde reine la ociosidad, decae el comercio y toma su lugar la miseria»(Memoria Consular, 1796).

En esa misma Memoria Consular queda registrada su preocupación por crear escuelas especializadas en enseñar distintos oficios útiles para el progreso como la náutica, el dibujo, la agricultura, el comercio y la industria textil. Pero fueron sus artículos sobre problemas educacionales, escritos en el “Correo de Comercio” entre marzo y julio de 1810, los que configuraron un verdadero plan educativo para acompañar a la Revolución naciente. Un plan, que, por su minuciosidad, puede asemejarse a ley de educación común nro. 1420 promulgada en 1884 y que, por el contrario, contrasta con el plan recientemente presentado por el Ministerio de Educación denominado, como manda la tradición peronista, “Plan Quinquenal” de Educación.

En el plan de Belgrano, todo estaba especificado. Se partía del diagnóstico y la crítica a la situación imperante y se proponían prácticas a implementar para que el proceso educacional alcanzara la mayor eficiencia. Hablaba de la necesidad de expandir la enseñanza, del origen de los recursos económicos necesarios para atenderlo y de la preparación de los maestros y su retribución. El plan recientemente presentado, 212 años después de que lo hiciera Belgrano, solo enuncia expresiones de deseo vagas que no explican cuáles son las medidas concretas a tomar para superar la actual tragedia educativa. Las estrategias mencionadas en el documento son un palabrerío vacío de contenido que no aclara como se van a lograr las metas educativas pautadas de acá a 5 años, como por ejemplo aquella que dice que el 100% de alumnos de escuela primaria tendrán jornada extendida o la que asegura que el 90% de los alumnos terminarán la escuela secundaria.

Pero volvamos al plan de Belgrano, citando y analizando aquellos fragmentos más jugosos de sus artículos, los cuales conservan una asombrosa actualidad.

Al referirse al estado de la educación en 1810, Belgrano diagnosticaba que “…el cuadro es horroroso […] no debe haber uno que deje de convencerse de la necesidad en que estamos […] de establecimientos de educación. Hubo un tiempo de desgracia para la humanidad en que se creía que debía mantenerse al pueblo en la ignorancia, y por consiguiente en la pobreza para conservarlo en el mayor grado de sujeción, pero esa máxima injuriosa al género humano se proscribió…”.  ¿Habrá pasado ese tiempo? ¿Realmente proscribió?

El plan educacional es “muy sencillo y poco costoso -sostenía Belgrano- nada más se necesita que los cabildos […] tomen con empeño un asunto de tanta consideración, persuadidos de que la enseñanza es una de las primeras obligaciones para prevenir la miseria y la ociosidad […] Pónganse escuelas de primeras letras costeadas por los propios y arbitrios de las ciudades y villas […] y muy particularmente en la campaña […] Obliguen los jueces a los padres a que manden sus hijos a la escuela […] y si hubiera algunos que desconociendo tan sagrada obligación se resistiesen a su cumplimiento […] pónganlos al cuidado de personas que los atiendan y ejecuten lo que deban practicar aquellos padres desnaturalizados…”. Actualmente es obligatoria la enseñanza primaria y secundaria… ¿Habrá llegado el momento de terminar con la desidia de algunos padres obligándolos a cumplir la ley?

El plan belgraniano también indicaba los recursos económicos necesarios para sostener a los maestros, que iban a cobrar un sueldo de $ 200. Los gastos por maestro podrían reducirse “si padres pudientes satisficieren una moderada pensión a los maestros”. Con respecto a su formación, planteaba que “Basta que los maestros sean virtuosos y puedan con su ejemplo dar lecciones prácticas a los niños y juventud y dirigirlos por el camino […] del honor, y pudiendo enseñar a leer bien…” ¿Será mucho pedir tener maestros que respondan a este perfil?

No se hablaba en aquellos tiempos de feminismo ni de inclusión, sin embargo, Belgrano proponía algo más sustancial que el lenguaje inclusivo: “podrían establecerse escuelas para las niñas pobres, donde aprendieran a leer y escribir, coser, etc., y así mismo otras para enseñarles en alguna especie de industria, igualmente que, a los niños pobres, porque estos ya tienen escuelas de primeras letras…”.

No podemos decir que Belgrano, como abogado egresado de la Universidad de Salamanca, desdeñaba la importancia de la educación universitaria. Sin embargo, a diferencia del capricho de algunos funcionarios actuales empecinados en abrir nuevas universidades cuando faltan escuelas primarias, consideraba que era necesario establecer prioridades: “…Con la Universidad […] se habría aumentado el número de nuestros doctores; ¿pero equivale esto a lo que importa la enseñanza de las que mañana han de ser madres? ¿Las buenas costumbres podrían de aquel modo generalizarse y uniformarse?”

El proyecto educativo diseñado por Belgrano tuvo su correlato en las acciones del prócer. Al fundar las ciudades de Mandisoví y Curuzú Cuatiá en su expedición al Paraguay, creó también sus respectivas escuelas de primeras letras, reglamentando su financiación y funcionamiento. Lo propio hizo con los pueblos de las Misiones al reglamentar con una mirada modernizante sus escuelas de letras, artes y oficios.

Donó los premios obtenidos por sus victorias en Tucumán y Salta para la construcción de cuatro escuelas a las que dotó de su propio reglamento: “El maestro procurará con su conducta y en todas sus expresiones y modos inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias, despego del interés, desprecio a todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional, que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de americano que la de extranjero», Artículo 18 del Reglamento de las escuelas de Tarija, Jujuy, Santiago del Estero y Tucumán, 1813.

El 24 de marzo de 1810, escribió Belgrano en el “Correo de Comercio”: «¡Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, que los gobiernos reciban el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza y la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos!»

Esto último bien podría haber sido escrito un día cualquiera de 2022. Mientras tanto, y parafraseando al creador de la bandera, sin educación seguiremos siendo lo que desgraciadamente somos.

 

(*) Profesor de Historia, Magister en dirección de instituciones educativas, Universidad Austral, vecino de Pilar

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