Columnistas

¿Cuándo estalla todo?

Por Denes Martos (*)

Todos los cerebros del mundo 
son impotentes contra cualquier 
estupidez que está de moda
Jean de la Fontaine

Recluido en la soledad de mi escritorio gracias a la complicada situación que nos afecta a todos, la pregunta que me corroe las neuronas a estas altas horas de la noche es: ¿cómo demonios salimos de ésta?

Claudio Arrau me hace el favor de tratar de serenar mi angustia tocando magistralmente el Nocturno Nº 2  de Chopin [1],  pero se niega a responder a mis preguntas. No se lo puedo tomar a mal; tengo que aceptarlo. El pobre murió hace ya 29 años. Pero lo puedo escuchar gracias a la electrónica y a la cibernética que logró el milagro de convertir los talentos del pianista chileno y del compositor polaco en una serie de unos y ceros que, procesados por mi computadora, reproducen exactamente lo que el polaco compuso y el chileno ejecutó. Y todo esto sucede mientras, simultáneamente y en la misma computadora, escribo estas líneas.

Si lo pienso un poco… ¡es cosa de locos! La obra de un compositor polaco que murió en Francia hace 171 años es ejecutada por un chileno que murió hace 29 en Austria, y hoy es escuchada en la Argentina – gracias a una caja negra que transforma bytes en música audible – por un húngaro que está eternamente agradecido al país que le ofreció un hogar hace 71 años, y que morirá aquí tras haberse acriollado por completo echando raíces en la tierra del mate, el asado, el buen vino y la buena gente.

Hoy es 12 de Octubre de 2020, el Día de la Raza.

Extrañamente rebautizado por los fanáticos bienpensantes del igualitarismo políticamente correcto como «Día del Respeto a la Diversidad Cultural». ¿Diversidad cultural? Un chileno fallecido en Austria, un polaco fallecido en Francia, un húngaro que morirá en la Argentina, todos disfrutando de la misma música… ¿alguien quiere una diversidad cultural más respetuosa que ésa?  Cuando esa música se grabó, el 12 de Octubre era el Día de la Raza y a nadie se le ocurrió impugnar el nombre. Pero es como decía Jean de la Fontaine: «Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que está de moda».

Instituir un día especial de respeto a la diversidad solamente se le puede ocurrir a un igualitarista a ultranza para cubrirse de posibles ataques por parte de poderosas minorías etnoculturales a las que no les hace ninguna gracia en absoluto que se las considere iguales a otras etnoculturas a las que desprecian porque consideran que la de ellas es mucho mejor y hasta muchísimo más cercana a Dios, al menos para quienes creen en la existencia de un dios tribal que firma contratos con un Pueblo y con un Pueblo solo.

En fin, volvamos a lo pedestre.

La cuestión es que, para festejar la efemérides, hoy tuvimos (otra vez) un «banderazo» que impulsó a cientos de miles de argentinos a tomar la calle en varias ciudades del país para manifestar su hartazgo por lo que está haciendo – y quizás sobre todo por lo que no está haciendo – la benemérita gente que ocupa el Estado y que se supone que nos gobierna.

Nota bene: dije «se supone».

En materia de «banderazos» éste es el noveno [2] desde la del 20 de Junio que obligó a los genios del kirchnerismo a dar marcha atrás con la expropiación de la cerealera Vicentin. ¿Se acuerdan de ésa? Después del papelón el Alberto salió a tratar de justificarse diciendo:

«…me equivoqué con el tema de Vicentin porque creí que la situación estaba mucho más asumida. Pensé que todos iban a salir a festejar porque estábamos recuperando una empresa importantísima.» [3]

Pues no, Beto; no salieron a festejar. No te aplaudieron. Salieron a putearte de lo lindo con todo el amplio espectro de la gama de las expresiones folklóricas ad hoc. En fin… la cosa es que van 9 concentraciones masivas en 5 meses. Si los muchachos antes de fin de mes hacen otra, llegan al récord absoluto de 2 manifestaciones mensuales promedio.

¿Y cómo reaccionó el gobierno a esta nueva masiva protesta? Creer o reventar: echándole la culpa de todo a Macri y hasta negándole la categoría de «Pueblo» – más todavía: incluso la de «gente» – a los manifestantes. Las declaraciones son bien explícitas en cuanto a esta forma de tratar de tirar la pelota a la tribuna visitante: [5]

De Santiago Cafiero, jefe de gabinete:

»Nosotros creemos en el derecho a manifestarse, que es parte de la democracia, pero también es parte de la democracia aceptar la diversidad, porque quienes se manifestaron ayer no son «la gente», no son «todos», no son «el pueblo», no son «la Argentina«.«

De María Eugenia Bielsa, Ministra de Hábitat y Desarrollo Territorial:

»Las consignas de ayer eran inespecíficas; en un momento donde la situación es tan difícil y poco clara, convocar a todos aquellos que tengan alguna incomodidad es muy inespecífico.» (….)»El presidente conduce este espacio (el del Frente de Todos); nadie puede pensar que no haya distintas opiniones en el equipo de Gobierno, pero no cabe duda que quien gobierna es el presidente

De Gabriel Katopodis, Ministro de Obras Públicas,:

»Creo que es una marcha injusta y mezquina, que no considera a los millones de argentinos que están haciendo un gran esfuerzo y lo vienen haciendo hace meses. Pero es la decisión que tomó ese sector de la oposición para expresarse en este contexto tan difícil, convocando al hartazgo, la desobediencia y la desesperación… es el camino que eligieron y no tenemos otra opinión que ésa

O sea: sarasa sarasasa sarasa. Somos muy democráticos pero el 60% de burgueses, oligarcas, fascistas y cerdos explotadores capitalistas que no nos votaron y que no nos quieren, tienen que callarse la boca porque no son «la Argentina«, porque apenas si sienten alguna (¡ésta es genial!) «incomodidad»  que no los autoriza a gritar consignas «inespecíficas» sobre todo porque (¡y ésta es inmejorable!) «quien gobierna es el presidente» (¡ja! ¡lo creas o no!) y de todos modos la protesta es «injusta y mezquina» por lo que «no tenemos otra opinión que ésa» y sanseacabó.

Y, por supuesto, la culpa la tiene Cambiemos  ¿Qué tal? Así que resulta que los inútiles del macrismo tienen ahora la culpa de que los inútiles del kirchnerismo no sepan cómo salir del atolladero en el que se metieron. ¿Y por qué están en ese atolladero? Básicamente por 4 motivos: por ineptitud, por ignorancia, por incapacidad y por la necesidad de Cristina de zafar de ir presa por la corrupción de su marido, de ella y de la gente que la acompañó en el gobierno.

Pero más allá de lo básico, que el cristinismo haya conducido al país a un callejón sin salida no se debe a la deplorable gestión del macrismo cuyos gruesos errores podrían haberse corregido – o al menos empezado a corregir – con un plan estratégico coherente y bien ejecutado. En lo esencial, el trágico atascamiento del gobierno actual se debe a un criterio desastrosamente errado de lo que es el Estado, la política y hasta la sociedad misma.

El gobierno está aprisionado y paralizado por su propia insensatez ideológica. Al aceptar en toda su extensión la teoría marxista de la lucha de clases y al aplicarla sistemáticamente a cualquier problema sociopolítico que aparece, lo único que este clasismo casi bolchevique (mal) disfrazado de peronismo logra es producir la famosa grieta que incluso puede llegar impulsar a la sociedad a la guerra civil desde el momento en que refleja un conflicto que se agranda con prácticamente cada medida que el gobierno toma.

Si el motor de una política es la «lucha de clases» – lo cual ya es un eufemismo por no decir abiertamente «guerra de clases» –  y si los conflictos políticos están constantemente planteados en términos de «ricos contra pobres», caemos en la típica dialéctica marxista que durante todo el Siglo XX no solo no consiguió construir ningún régimen realmente funcional en ninguno de los países en los que llegó al poder sino que hasta tuvo que renunciar al experimento soviético admitiendo que era inviable.

Con atizar los conflictos sociales en lugar de resolverlos, el Estado deja de cumplir una de sus funciones esenciales que es la de sintetizar las divergencias que ocurren normalmente en cualquier sociedad. Es más: no solo no las sintetiza sino que las agrava; no solo no actúa reduciendo los focos de conflicto sino que los exacerba y hasta crea otros conflictos adicionales de un modo totalmente innecesario.

A esto agréguese la incapacidad e imposibilidad de diseñar una planificación estratégica por la necesidad de juntar votos cada par de años, lo cual hace que el horizonte máximo de los políticos democráticos esté siempre y únicamente definido por la fecha de las próximas elecciones. Con ello ya van dos funciones esenciales del Estado que no se cumplen: la función de síntesis y la de planificación.

Obviamente, en esas condiciones la tercera función esencial del Estado – la de conducción – se vuelve abstracta. No hay posibilidad de conducir nada en medio de una política tironeada por conflictos sociopolíticos sin resolver y cada vez más graves, que estallan en un contexto absolutamente carente de toda planificación racional. Ni hablemos de que, en las actuales condiciones, la conducción política de la Argentina constituye una especie de sainete rocambolesco en el cual un presidente que hasta cosa de un año atrás le decía de todo menos bonito a la actual vicepresidenta, ahora ejecuta servilmente todas las órdenes que la señora le dicta porque sabe que los votos con los que llegó a la Casa Rosada son de ella y no de él.

La cuestión es que esta terca obcecación con la lucha de clases de parte de inútiles resentidos, de burguesitos con delirios utópicos, de pseudo-revolucionarios proletarios con OSDE y dirigentes «populares» con domicilio en Puerto Madero, ha llevado al Estado argentino a una situación imposible.

En el gobierno no pueden hacer lo que les gustaría porque el esquema del clasismo, basado en la confrontación permanente según el dogma del materialismo dialéctico, es inconstruible. Pero tampoco quieren hacer lo que deberían porque eso implicaría hacer lo que no les gusta.

Con lo cual la pregunta no es si esto va a explotar, o no.

La pregunta del millón es cuando va a estallar.

(*) Politólogo, consultor nacional e internacional, analista de riesgos, escritor e investigador

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