Columnistas

La menemización del FdT

por Hernán Andrés Kruse (*)

Fue como ingresar en el túnel del tiempo. La folclórica asunción de Sergio Massa como superministro hizo recordar aquellas jornadas de “la pizza y el champagne”, de la farandulización de la política, de la impudicia y el desprecio por el pueblo. Implicó un abrupto y dramático retorno a la época dorada de los noventa, donde de la mano de Carlos Menem y Domingo Felipe Cavallo se aplicó una cirugía sin anestesia que causó estragos a millones de compatriotas.

La historia, una vez más, se repite. Las desastrosas performances de Martín Guzmán y Silvina Batakis le abrieron las puertas del poder a Sergio Massa, un emblema del camaleonismo político. Su aterrizaje en el ministerio de Economía no hace más que confirmar el fracaso de un esquema de poder elucubrado por Cristina Kirchner en 2019 para evitar la continuidad de Macri en la Casa Rosada. La inminencia de una colisión frontal contra un gigantesco iceberg, tal como sucedió con el Titanic a comienzos del siglo pasado, obligó a Cristina a bendecir a un dirigente por el que siente una profunda aversión. No hay que olvidar que fue el propio Massa quien en 2013 sepultó su plan reeleccionista y quien dijo por televisión, delante del periodista Jorge Rial, que había llegado el momento de echar a los ñoquis de La Cámpora. Este personaje es quien acaba de contar con el respaldo de esos ñoquis para transformarse en una suerte de Primer Ministro con más poder que el propio presidente. Cuando lo que está en juego es el poder valores como la dignidad, la probidad, la rectitud, etc. caen en saco roto.

Pero estas son “minucias” para Sergio Massa. Finalmente, y luego de una larguísima espera, logró lo que se proponía: comenzar su carrera rumbo a la Casa Rosada. Massa está obsesionado con ser presidente de la nación y lo que acaba de conseguir es el trampolín que utilizará para sentarse en el Sillón de Rivadavia el año próximo. Es por ello que el éxito en su gestión al frente de Economía es vital para sus sueños presidenciales. De ahí la enorme expectativa que generó el discurso que pronunció a horas de su asunción, en el que dio a conocer sus primeras medidas. Como sucede cada vez que un ministro de Economía se dirige a la nación, Massa utilizó un lenguaje técnico, sumamente aburrido, destinado a encubrir su verdadero objetivo: aplicar sin anestesia un duro ajuste para “equilibrar” las cuentas públicas. Massa, pues, no hace más que seguir el ejemplo de los Sourrouille, los Cavallo y compañía.

Tal el diagnóstico de Carlos Melconian, quien acaba de manifestar “que lo que se viene no es un plan de estabilización”, sino “un ajuste clásico, que no va más”. Aseguró que ahora habrá “una devaluación y una suba de las tasas de interés”. “Me auto corrijo: este gobierno devalúa desde el día en que llegó. Ahora se discute si va a haber un salto o si continuará la devaluación diaria”. “Hay 70% de inflación, 40 por ciento de pobreza y más de 8 millones de trabajadores informales. ¿De qué ajuste por venir estamos hablando? ¿Más ajuste que eso? El mercado hizo su propio ajuste. Lo que viene ahora va a ser un ajuste clásico, que no va más”. “Lo que viene no es un plan de estabilización. Es primero acomodarte en el acuerdo con el FMI y segundo, evitar un estallido de la inflación”. Considera que el país está entrando en un “escenario que tiene como único objetivo evitar el desborde”. “Si decís que el gobierno termina y no explota, es un escenario optimista. Ponele que la inflación de este año es del 90% y la del año que viene es del 120%, firman todos sin dudarlo”. Sostuvo que la Argentina “tiene que preparar un programa económico que no solo ordene su economía, sino que también cambie su organización económica, desobstruya al sector privado y, en simultaneidad a la estabilización de la economía, genere las condiciones necesarias para impulsar el crecimiento”. “Si tengo que ponerle un título, lo que está por venir es el intento de volver al camino del deterioro continuo sin explosión, que es el camino en el que estaba berretalandia”. Por último, consideró que “lo más rescatable es que empieza a blanquearse el tema de los subsidios y de los planes sociales”, como así también el hecho de que un ministro de Economía “diga que no pide más plata de emisión al Banco Central y que congele el gasto público” (Fuente: Clarín, 5/8/022).

Desde la vereda de enfrente, Alfredo Zaiat señaló que “el nuevo ministro de Economía se enfrenta a una emergencia y a varias urgencias. Las medidas anunciadas por Sergio Massa y las próximas que se conocerán en estos días tienen una exigencia inicial, indispensable para cualquier evaluación política y económica de esta experiencia: conseguir dólares en cantidad para el Banco Central. Sin sumar reservas a las exhaustas arcas de la entidad monetaria la estrategia de comunicación, con muchas señales de comienzo de una nueva etapa en la coalición de gobierno, que en estos días fue efectiva en la imprescindible construcción de renovadas expectativas económicas y sociales, quedará como otro intento fallido para contener una crisis cambiaria-financiera que terminaría afectando la dinámica de la actividad económica y laboral” (Fuente: Página/12, 4/8/022). Como puede observarse, Melconian y Zaiat arriban a la misma conclusión: Massa pondrá en práctica un ajuste ortodoxo para congraciarse con “los mercados”. Nada nuevo bajo el sol.

Una vez más, el flamante ministro de Economía ignoró las necesidades del pueblo. Esta actitud no debe causar ninguna sorpresa ya que el personaje en cuestión es un mimado del establishment. Como bien señala Sebastián Premici en El Cohete a la Luna (31/7/022) “La pulseada la ganó el mercado (…) ¿Qué le habrá prometido al establishment la persona que soñaba con encolumnar detrás de su candidatura presidencial al Foro de Convergencia Empresarial? “El establishment hoy necesita sostener al peronismo al menos hasta llegar a las elecciones del año que viene, es una suerte de pacto para que no haya un estallido social. Y Massa es un hombre de ellos”, reflexiona un ex funcionario de este gobierno que también tuvo un paso fugaz por el gabinete. La pregunta es por qué CFK llegó al punto de avalar esta opción. El ex jefe de la Cámara de Diputados, dicen, ató su suerte a la vicepresidenta ante un Alberto Fernández encerrado en sí mismo. De este escenario, quizás, se desprende una pregunta más profunda: ¿por qué el kirchnerismo no pudo formar ni promover cuadros con peso político propio para asumir el protagonismo que este contexto demanda? Otra historia (…) Lo que queda claro es que la pulseada la ganó la especulación, sumado a un nuevo desdibujamiento de la figura de Alberto Fernández. La misma mañana en que el gobierno oficializó a través del BCRA el incentivo para que se venda soja guardada en silobolsas, el presidente reiteró que los especuladores no le torcerían el brazo (…) Hubo empresarios, muchos que provienen de sectores concentrados, que mejoraron sus ganancias a costa de generar inflación. Los Braun de la vida. O, mejor dicho, el círculo rojo al que Massa seguirá endulzando”.

En las presidenciales de 2019 la mayoría del pueblo votó a la fórmula del FdT para dejar atrás la pesadilla que significó el gobierno de Macri. Hoy, a casi tres años de aquella elección, el gobierno ha caído en manos de un personaje muy similar al ex presidente. El pueblo, impávido y sumiso como siempre. Como bien señala la polémica periodista Vivina Canosa, somos un rebaño de pelotudos.

Apéndice I

Los funcionarios, objetos descartables

Es una regla no escrita de la política que los funcionarios son objetos descartables. Ocupan cargos relevantes en el gobierno por una decisión personal del presidente. En consecuencia, duran en el cargo mientras tengan respaldo político. Cuando ese apoyo comienza a diluirse sus días en el gobierno están contados. Siempre sucedió de esa manera, es decir desde que Mitre era presidente hasta nuestros días. No se trata, qué duda cabe, de un momento agradable para el funcionario que cayó en desgracia. Pero al menos el pedido de renuncia era un acto humano, es decir, era el propio presidente en persona quien le solicitaba al funcionario que renunciara o, en su defecto, el pedido quedaba en manos de algún secretario muy cercano al presidente. Lo habitual era que el funcionario caído en desgracia al menos viera el rostro de quien lo estaba echando.

Los tiempos han cambiado. Ahora las renuncias se ejecutan por intermedio del WhastsApp, ese aparato que tiene hipnotizadas a miles de millones de personas en todo el mundo. Lo peor es que, por un lado, toman por sorpresa a la víctima, y, por el otro, el victimario no tiene que tomarse el trabajo de dar la cara. El último caso resonante ha sido el de Silvina Batakis. La ex ministra de Economía de Daniel Scioli fue convocada de manera desesperada por un atribulado Alberto Fernández para que se hiciera cargo de la vacante dejada por Guzmán. Este es un dato muy importante: no fue Batakis quien se acercó a Alberto para lograr el nombramiento sino exactamente al revés. En definitiva, Batakis le hizo un enorme favor al gobierno porque de no haber aceptado el convite la crisis en la que estaba inmerso el gobierno se hubiera profundizado.

Batakis asumió sin poder político. Se trató, en realidad, de un aterrizaje de emergencia. Tal fue el grado de improvisación que la ministra se tomó varios días para formar su equipo de colaboradores. Mientras tanto, el dólar blue volaba. La semana pasada debió viajar a Washington para reunirse con Kristalina Georgieva y empresarios de renombre de la república imperial. Como bien señala José Del Río en su ilustrativo artículo publicado este fin de semana en La Nación (“El terremoto que se llevó a Silvina Batakis y lo que viene en la primera semana de Sergio Massa”) Batakis se enteró de su “renuncia” por WhatsApp cuando estaba por abordar el avión de regreso a Buenos Aires. En cuestión de horas pasó de ser la ministra de Economía que dialogó con Georgieva a una funcionaria desplazada por el presidente. Pero lo peor fue la manera elegida por Alberto para comunicarle su decisión: a través de un aparatito electrónico. Es necesario reiterarlo todas las veces que sea necesario: el presidente tiene todo el derecho del mundo a desprenderse de los funcionarios que no funcionan. Pero, me parece, hay que saber guardar las formas. Lo que hizo el presidente con Batakis fue de poco caballero. Tratándose de una dama debió haberla despedido cara a cara. Pero de haber obrado de esa manera se hubiera visto obligado a reconocerle en persona que el poder estaba, a partir de ese momento, en otras manos.

Y aquí arribamos al meollo del asunto. Alberto no tuvo más remedio que despedir a Batakis. Lo hizo contra su voluntad, tal como sucedió, por, ejemplo, con Losardo y Ginés. Ello significa que demostró carecer de autoridad para sostener a aquellos funcionarios cuestionados. Alberto, qué duda cabe, no reúne las condiciones requeridas para ser presidente. Le cuesta horrores ejercer el poder, es decir, mandar. Porque el presidente debe hacer eso: mandar. Como no lo hace no es más que, como bien acaba de señalar Jorge Lanata en una entrevista con Luis Novaresio, un presidente formal. Al no detentar el poder desnaturaliza el sistema hiperpresidencialista consagrado en nuestra constitución. Emerge en toda su magnitud la crisis institucional de nuestro país.

En este ambiente asumirá en las próximas horas como superministro Sergio Massa. Esa palabra-superministro-confirma que una cuota importante de poder estará en sus manos. La otra, obviamente, está en manos de Cristina. En su cuenta de Twitter Alberto afirmó que había decidido convocar a Massa por su capacidad. Ahora bien, si Alberto piensa tan bien de Massa ¿por qué no lo convocó apenas se produjo la renuncia de Guzmán? Porque de haberlo hecho le hubiera ahorrado al pueblo un mes de sufrimiento y zozobra. Se negó a nombrar a Massa porque sabía que a partir de ese momento la licuación de su poder sería total. Entonces tomó la decisión de resistir. Lo importante era evitar la llegada del tigrense a su gobierno. Su resistencia duró casi un mes. En ese lapso se descontrolaron todas las variables económicas y la angustia de la población creció de manera exponencial. Su incapacidad para torcer el rumbo de la situación lo obligó a capitular. Porque fue eso lo que sucedió: se rindió de manera incondicional.

Quien mejor reflejó este fin de semana la capitulación de Alberto fue Alejandro Borensztein, quien tituló su nota “Urgente: Massa confirmaría a Alberto como presidente”. Su ácido humor no hace más que confirmar que hoy Alberto no es más que una caricatura, una cáscara vacía. Creo no equivocarme si afirmo que nunca antes en la Argentina contemporánea pasó algo semejante al más alto nivel político. Quizá algo parecido haya sucedido cuando José María Guido se hizo cargo de la presidencia luego de producirse el golpe de estado contra Arturo Frondizi. Pero desde la recuperación de la democracia jamás hubo semejante vacío de poder, ni siquiera durante la presidencia de De la Rúa. Porque aún en sus peores momentos De la Rúa fue el presidente. No sucede lo mismo con Alberto. Hoy lo que hay es una suerte de diarquía o, si se prefiere, una presidencia compartida entre Massa y Cristina.

La gran pregunta

Sergio Massa llegó al gobierno contra la voluntad de Alberto. No debe haberle sido sencillo al presidente observar cómo un dirigente por el que no siente la más mínima simpatía, pasará a ocupar dentro de unas horas ministerios relevantes de su gobierno. Es fácil entender a Alberto. ¿Pero sucede lo mismo con Cristina? ¿Por qué la vicepresidente apoyó el aterrizaje de Massa en el gobierno? Después de todo, Massa fue quien le arruinó en 2013 el plan de una nueva reelección y afirmó en público que eliminaría a todos los ñoquis de La Cámpora si llegaba a la presidencia. No creo que Cristina le haya perdonado semejantes afrentas. Pero los tiempos han cambiado. Algunos creen que Cristina decidió tragarse semejante escuerzo-el arribo de Massa a Economía-por el terror que le produce la posibilidad cierta de una nueva hiperinflación. Otros están convencidos que a la vicepresidenta no le conviene la caída de Alberto porque se vería obligada a agarrar una brasa caliente. Lo real y concreto es que, a horas de la asunción del tigrense, Cristina lo recibió en su despacho senatorial. Después se verá si ese apoyo se confirma o comienza a diluirse. La gran pregunta es si Cristina se comportará como aquel escorpión que, montado sobre la rana, la picó en medio de la travesía por el río, siendo consciente de que con tal actitud ambos perecerían. ¿Por qué lo hiciste?, le preguntó azorada la rana al escorpión. Y el escorpión le dijo: porque está en mi naturaleza. El escorpión no pudo traicionarse a sí mismo.

¿Cristina actuará como el escorpión? Es probable que al principio la vicepresidente deje actuar a Massa. Según la periodista Rosario Ayerdi la paciencia de Cristina tiene como límite el Mundial de Qatar. Ello significa que Massa tiene apenas tres meses para estabilizar la economía. El problema es que los problemas que deberá enfrentar el tigrense son tan complejos que difícilmente logre ese objetivo en tan corto tiempo. Si en octubre, por ejemplo, Massa y su equipo de colaboradores no han logrado, por ejemplo, controlar la inflación, ¿cómo reaccionará Cristina? ¿Comenzará a bombardearlo con cartas públicas? Si se produce el peor de los escenarios-la renuncia de Massa-¿cómo harán Alberto y Cristina para llegar a diciembre de 2023?

Mañana-miércoles 3-Massa anunciará un paquete de medidas económicas. Todo parece indicar que ese paquete intentará congraciarse con los mercados. La presencia en el equipo del tigrense del histórico negociador de la deuda Daniel Marx, lo confirma. Ahora bien ¿serán medidas destinadas a provocar las tan mentadas reformas estructurales pregonadas por los economistas del establishment? ¿Se atreverá Massa a tanto? Porque Cristina lo estará observando con lupa y no creo que Massa, por una cuestión de supervivencia política, intente desafiarla en este momento. El problema es que los mercados están tan expectantes como Cristina, pero en el sentido contrario. Vale decir que lo que esperan los mercados es precisamente que Massa aplique sin dudar una cirugía sin anestesia. ¿Qué hará, entonces, el tigrense? Intentará lo imposible: complacer a ambos. Se trata, qué duda cabe, de una misión imposible, salvo que Cristina privilegie la realpolitik sobre el relato.

Apéndice II

El ejemplo de don Raúl Alfonsín

El sábado 30 tuvo lugar el tradicional discurso del presidente de la Sociedad Rural, Nicolás Pino, en Palermo. Fue, como se preveía, sumamente duro con el gobierno nacional. Dijo Pino: “Esperamos que la nueva conducción económica esté a la altura de la difícil situación y genere la confianza necesaria”. “Somos respetuosos, pero no vamos a permitir el saqueo”. “Parece mentira que hace unos días nos acusaron de especuladores y ese rol lo tiene el Estado”. “La inflación no se baja con controles de precios, sino eliminando el mal gasto del Estado”. “A los gobernantes les decimos que no intenten distraernos más: las medidas intervencionistas como las trabas y los cupos sólo generan la caída de la inversión”. “Exigimos la total liberación de los mercados para carne, trigo, maíz y los demás productos”. Las retenciones “son ilegales e inconstitucionales, y esto lo repetimos enfáticamente” (Fuente: Página/12, 30/7/022).

La Sociedad Rural es históricamente uno de los grupos de presión más poderosos del país. Ha dado el visto bueno a varios golpes de estado y se ha opuesto con uñas y dientes a aquellos gobiernos elegidos por el pueblo que osaron tocar sus intereses. El caso más paradigmático ha sido el gobierno de Cristina Kirchner. En marzo de 2008 el entonces ministro de Economía, el hoy opositor Martín Lousteau, firmó la resolución 125 que dio origen a una guerra sin cuartel entre el campo y el gobierno nacional que duró varios meses. A partir de entonces Cristina Kirchner pasó a ser considerada persona no grata por el campo en general y por la Sociedad Rural en particular. Mientras fue presidente, Cristina jamás pisó Palermo. Quien si lo hizo fue, como no podía ser de otra manera, Mauricio Macri. Alberto Fernández, un político que siempre se jactó de poseer una envidiable cintura política, siguió el ejemplo de su mentora.

La pregunta que cabe formula es la siguiente: ¿hicieron bien Cristina y Alberto en no jamás haber asistido a la tradicional inauguración oficial de la Exposición rural en Palermo? Desde el punto de vista formal la respuesta se cae de madura: no estuvieron bien. ¿Por qué? Porque como presidente de la nación tanto Cristina como Alberto debieron estar presentes en Palermo. Pero el precio que hubieran pagado hubiera sido muy alto: nada más y nada menos que ser el blanco de abucheos e insultos de los presentes. Quedó demostrado que ni Cristina ni Alberto estuvieron dispuestos a hacerlo. Pero el asunto es que es, precisamente, en esas situaciones complejas donde queda en evidencia el temple del presidente de turno. Lamentablemente, ninguno de los dos lo tuvo.

Si algo tienen en común Cristina y Alberto es su admiración-al menos en público-por la figura del ex presidente Raúl Alfonsín. Cuando se admira a alguien se intenta imitarlo, fundamentalmente en la manera de encarar situaciones harto difíciles. Y es aquí donde tanto Cristina como Alberto demostraron carecer del temple de don Raúl. En efecto, el 13 de agosto de 1988 el entonces presidente radical asistió a la inauguración oficial de la Exposición Rural. En aquel momento la relación del campo con el gobierno alfonsinista era muy mala. Cuando le tocó al presidente hacer uso de la palabra centenares de personas comenzaron a abuchearlo e insultarlo. Alfonsín no se amilanó: con un estoicismo envidiable pronunció su discurso en medio de un clima irrespirable. Esa pieza oratoria quedará registrada para siempre en la historia de los discursos presidenciales. Porque no cualquiera hubiera sido capaz de desafiar a quienes se creen dueños del país como lo hizo Alfonsín.

Apéndice III

Sergio Massa y el mensaje de los mercados

Son días frenéticos. La intempestiva renuncia de Martín Guzmán fue el desencadenante de tanta irracionalidad, egoísmo, falta de mesura. El discípulo de Stiglitz renunció justo cuando Cristina rememoraba la figura de Perón en la localidad de Ensenada. Fue un acto premeditado. Guzmán quiso hacer daño fruto de un resentimiento alimentado durante sus años de gestión al lado del presidente. Hay que reconocer que lo consiguió. No recuerdo tanto daño institucional y económico originado en una renuncia de un fusible del presidente. A casi un mes del hecho resulta indudable que el gobierno no esperaba semejante actitud de Guzmán. Tal fue su sorpresa que necesitó más de un día para designar a su sucesor. Emergió en toda su magnitud la debilidad de la autoridad presidencial. Luego de varias negativas, finalmente Alberto logró convencer a la ex ministra de Economía de Scioli para que ocupe la relevante vacante. Silvina Batakis, una economista desconocida para la opinión pública, llegó al ministerio de Economía por descarte. En consecuencia, asumió sin poder. Fue tal la improvisación que Batakis necesitó varios días para completar su equipo de colaboradores. Pero lo más importante fue su incapacidad para presentar un plan económico serio. Pese a su intento por congraciarse con los mercados, durante su breve gestión se vio abrumada por una fenomenal corrida cambiaria que tuvo en vilo al país. Sin embargo, Alberto la envió a Washington para que reencauzara los vínculos con el FMI. Batakis viajó el fin de semana pasado y, aparentemente, hizo buena letra. Pero cuando estaba por emprender el regreso se enteró de que había dejado de ser ministro de Economía. Es fácil imaginar lo que deben haber pensado Georgieva y su staff de colabores. Dialogaron con la funcionaria que aseguró que contaba con el respaldo de Cristina y que horas más tarde recalaba en la dirección del Banco de la Nación.

Para tratar de comprender el caos que se apoderó del gobierno el jueves 28, conviene tener en cuenta un dato por demás relevante y que fue ignorado por la opinión pública. Apenas se produjo la intempestiva renuncia de Guzmán comenzó a sonar con fuerza el nombre de Sergio Massa como eventual superministro de Economía, tal como lo fue Domingo Cavallo cuando aterrizó en el gabinete de De la Rúa en 2001. Aparentemente Massa le habría exigido a Alberto concentrar en sus manos una serie de ministerios como condición sine qua non para aceptar integrar el gabinete. Alberto debe haber olfateado de inmediato cuáles eran las intenciones de Massa: ejercer, cuanto menos, una suerte de cogobierno. Durante ese interminable fin de semana el presidente resistió la presión de quienes pretendían modificar de cuajo el gabinete y sólo designó a la sucesora de Guzmán. No hay que ser un fino analista político para percatarse de la poca gracia que le debe haber causado a Massa el ninguneo del presidente.

La reacción de los mercados no fue la esperada por el gobierno. El dólar blue se descontroló y durante casi un mes el país asistió atónito a una fenomenal corrida cambiaria. ¿Se trató, acaso, de una demostración de disconformidad de los mercados con la decisión de Alberto de no incorporar a Massa al gabinete? Es probable. Alberto resistió hasta donde pudo. Su plan era intentar por todos los medios a su alcance mantener el statu quo hasta después del mundial de Qatar. El poder de quienes operan a través de Massa terminó por torcerle el brazo al presidente. Muchos se preguntarán: ¿tan poderosos son esos operadores? Basta con tener en cuenta estos nombres: Daniel Vila y José Luis Manzano (a ellos hay que agregarle una serie de poderosos empresarios, como Eurnekian). Massa no está solo. Logró transformarse en un súper ministro gracias al apoyo logístico de semejantes personajes.

Desde ayer-jueves 28-Massa es el nuevo hombre fuerte del gobierno. Además de los apoyos mencionados, cabe destacar el de la propia vicepresidente de la nación. En efecto, Cristina apoyó el desembarco de Massa pero con una condición: que nadie se atreva a inmiscuirse en los espacios de poder que son de su propiedad, como Justicia, Energía, Ansés, Pami y ahora la AFIP. Massa, por su parte, se quedó con Economía, Desarrollo Productivo y Agricultura, Ganadería y Pesca. La pérdida de autoridad de Alberto es ahora total. Se ha quedado con poquísimos incondicionales (Vilma Ibarra, Santiago Cafiero y Julio Vitobello) mientras el resto de los funcionarios no lo reconoce como jefe.

Evidentemente estamos en presencia del que sea quizá el último acto desesperado del gobierno por mantenerse a flote. El país atraviesa una situación límite y la inacción del presidente era intolerable. Su táctica de no hacer nada fue sepultada por la realidad. El oficialismo acaba de jugarse el todo por el todo. Y el elegido para poner la cara fue Sergio Massa. El ex jefe de Gabinete de Cristina es un viejo conocido de la política. Es un magnífico exponente del camaleonismo político. Posee una notable capacidad de adaptación a los nuevos escenarios. Como una vez sentenció Groucho Marx “estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”. Además, posee una ambición política ilimitada. Su obsesión es ser presidente y para lograrlo no dudará en emplear cualquier medio. Cuenta con sólidos respaldos empresariales y con aceitados vínculos con Estados Unidos. Por si ello no resultara suficiente, está respaldado por poderosos canales de televisión que lo están presentando como la nueva esperanza blanca de la Argentina.

(*) Licenciado en Ciencias Políticos

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