Columnistas

Si hacemos siempre lo mismo, ¿por qué esperar resultados distintos?

Por Gastón Bivort (*)

Frente a la dolorosa y sorpresiva noticia que da cuenta que la empresa Toyota no consiguió 200 empleados con un mínimo de comprensión lectora y colegio secundario terminado, nunca estará mejor aplicado el pensamiento de Albert Einstein: ¿Por qué esperar resultados distintos si siempre hacemos lo mismo? Es más, yo me preguntaría a esta altura, después de varias décadas de decadencia en materia educativa, si los gobiernos no hicieron siempre lo mismo intencionalmente para obtener este resultado que se hizo visible en el caso Toyota.

Este dato se verá agravado en el futuro por la disposición casi criminal de las autoridades, de dejar a los alumnos poco menos de dos años sin clases presenciales; esta decisión afectó a todos en general pero  los más pobres, sin ningún tipo de conectividad, fueron los más perjudicados.

La especialista en educación Guillermina Tiramonti, en un brillante artículo recientemente publicado en La Nación, asegura que “En la Argentina, la enseñanza pública es un gran simulacro” y agrega “…los políticos lo saben, pero disimulan para evitar el conflicto que representaría encarar un problema que “no aporta ningún voto”. Los sindicalistas amenazan con el conflicto cada vez que se quiere destapar la olla y desde los 90 se toman pruebas estandarizadas con pésimos resultados y sin identificar responsabilidades…”

Cierra su nota de este modo “…La simulación se mantiene porque, en definitiva, los afectados son los pobres, cuya voz no llega a la esfera pública. No tienen padres que se organizan, están al margen del mercado de trabajo y, por lo tanto, los empresarios no se ocupan de ellos, los políticos miran para otro lado y los técnicos y especialistas están ocupados en sus temas y no quieren ofender a los docentes. Y aquí estamos, sosteniendo un sistema público de educación destinado a contener a los pobres con la ilusión de que aprenden para lograr una vida mejor. Todo simulacro, todo ilusión, todo estafa…”.

Como lo señalé en una columna anterior, la apertura de una Universidad pública en Pilar destinada a alumnos que no han recibido una educación primaria y secundaria de calidad, representa un nuevo escalón de esta estafa o simulacro.

La mirada de la doctora Tiramonti, con la que concuerdo plenamente, se condice con mis ideas al respecto volcadas en un ensayo de mi autoría titulado “Volver a Sarmiento” publicado en 2007. Nada ha cambiado desde entonces, es más, se ha profundizado el problema, tal como lo demuestran objetivamente los sucesivos operativos de evaluación de calidad que se vienen realizando regularmente.

Desde un lugar más subjetivo, es fácil darse cuenta también de los estragos que las carencias educativas ocasionaron en jóvenes que balbucean a la hora de leer, que no pueden expresar ideas de corrido, que utilizan un vocabulario burdo y chabacano que hiere de muerte a la Real Academia (en favor de los chicos digamos que la clase dirigente,   entre ellos el presidente, la vicepresidenta y el gobernador, también usan cada vez más un lenguaje vulgar y berreta).En definitiva, jóvenes que no terminan el colegio secundario y que si lo hacen, no tienen garantizada una buena formación que les permita conseguir un trabajo medianamente calificado o menos aún,  cursar con éxito estudios universitarios. Jóvenes que, así se produzca un boom de inversiones, no son  “empleables” -hay miles de ejemplos de  empleos sencillos cubiertos por exiliados venezolanos bien hablados y corteses, con los cuales, muchos de los jóvenes que vienen de sectores humildes y con pésima educación no pueden competir-.

Decía en mi ensayo, que uno de los problemas, el más importante diría, es el de la formación de los docentes. Sarmiento aseveró oportunamente –y actuó en consecuencia- que “…La escuela es el maestro, lo demás es accesorio…”.

Sin embargo, lo que ha venido ocurriendo es inversamente proporcional a este apotegma. Los institutos de formación docente y los profesorados son académicamente muy pobres, preparan muy mal a los futuros docentes que en general ya vienen con un paupérrimo bagaje cultural y escasa vocación (para muchos, la docencia no es más que una salida laboral). El «trabajador de la educación», con sus actitudes, ha contribuido a profundizar su desprestigio: ausentismo injustificado, largas licencias alegando motivos falsos, acatamiento a decisiones de gremios que se mueven por intereses políticos y económicos. Hay muchos docentes que conocen minuciosamente el Estatuto del docente pero que no conocen los rudimentos de su materia o área y hay otros que subestiman a sus alumnos y no les enseñan como corresponde.

El Estado -porque la educación es demasiado importante para que no sea una política de Estado-, tiene en sus manos cambiar esta realidad, pero no lo hace porque los dirigentes políticos y funcionarios no quieren enfrentarse con los sindicatos y pagar el “costo político».

Hacer un cambio de fondo implica tomar decisiones drásticas y sostenerlas: modificar el Estatuto del docente, cambiar la forma de designación de los docentes realizando concursos de antecedentes que premien la capacidad y no la antigüedad. Aumentar el sueldo en función del mérito y garantizar condiciones dignas de trabajo a cambio de formación, compromiso y  responsabilidad.

Si analizamos los datos de escolarización desde hace unas décadas a esta parte, no hay dudas de que hubo avances en cuanto a la incorporación de mayor cantidad de alumnos al sistema, pero este proceso fue acompañado de un deterioro cada vez mayor de la calidad educativa en un contexto donde para conseguir trabajo es cada vez más necesario prepararse en idiomas y nuevas tecnologías. Según el caso Toyota, muchos de los que se presentaron a la entrevista con secundario aprobado, apenas sabían leer y obviamente les costaba interpretar un texto.

Es evidente que los resultados de los últimos años demuestran que la posibilidad de inserción laboral de una capa importante de la sociedad es casi nula, es el caldo de cultivo ideal para los políticos inescrupulosos que entregarán la dádiva estatal a cambio del “voto agradecido”. Otro especialista, Emilio Corbiere, ya en 1999, ilustraba como nadie esta situación: “…Los resultados de la actual destrucción cultural es que se condena a las grandes masas a la ignorancia, la desinformación y el analfabetismo, a negar el poder de comprensión y de crítica…”.

Osvaldo Cáffaro, intendente de Zárate desde 2007, al tomar conocimiento del caso señaló, sin ruborizarse,  que para preparar a posibles postulantes a la empresa Toyota “rápidamente ayer tratamos de armar un montón de programas que teníamos sueltos». Esta es la importancia que un político medio le asigna a la educación, creyendo que lo que está ocurriendo es una anécdota coyuntural y no el emergente de algo más profundo.

Estamos en plena campaña electoral y todavía no escuché a ningún candidato dispuesto a “patear el tablero” para poner a la educación por encima de todo. Temen ser víctimas de aquellos que los puedan acusar de incorrección política y por supuesto temen también, el enorme poder de los gremios docentes, casi un ministerio de educación en las sombras.

Si seguimos haciendo lo mismo, los resultados serán iguales y aún peor; se profundizará la falta de gente con potencial que abrace la vocación docente, los jóvenes mejor formados se irán del país y las víctimas del simulacro educativo estatal seguirán sin terminar el secundario, teniendo como máxima aspiración la asignación de un plan social.

Si no se toman decisiones que de una vez por todas conviertan a la educación en prioridad,  el país acentuará progresivamente su decadencia e irreversiblemente se convertirá en una nación fallida.

A mediados del siglo XIX, Sarmiento, en la introducción de su obra «De la educación popular» profetizó que «…si la educación no prepara a las venideras generaciones, el resultado será la pobreza y la oscuridad…”. Un 60% de jóvenes que sobrevive por debajo de la línea de pobreza confirma su predicción.

Si venimos haciendo lo mismo desde hace mucho tiempo, la noticia de Toyota no debería sorprendernos.

Si el modelo educativo de Baradel se sigue imponiendo sobre el modelo sarmientino, veremos multiplicar inexorablemente el ejemplo de Toyota.

PD: Dedico esta columna a mis maestras de la escuela primaria Nro 1 Domingo Faustino Sarmiento (que aún conserva la impronta sarmientina) y a los profesores de la Escuela secundaria oficial Tratado del Pilar. Algunos ya no se encuentran entre nosotros, pero todos marcaron mi vocación docente. A ellos, y a todos los «maestros y profesores de antes», vaya mi recuerdo y admiración.

(*) Profesor de Historia, vecino de Pilar

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