Columnistas

El desafío de Sergio Massa: recrear expectativas en una sociedad en depresión profunda

Por Diego Dillenberger (*)

A los turistas que hacían esta semana el clásico tour a la Plaza de Mayo había que explicarles que el edificio color rosado es la histórica sede del poder del país, y no esa mole gris al costado derecho del palacio de gobierno.

A simple vista parecía todo lo contrario: frente a la explanada de la Casa Rosada, sobre la avenida Rivadavia, se veían apostadas dos solitarias cámaras de TV. A la vuelta, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, una docena de equipos de televisión pujaban por apuntar sus lentes a la entrada del ministerio de Economía que acaba de ocupar el “superministro” Sergio Massa.

La imagen de la cámaras de TV son una metáfora perfecta del momento y la oportunidad que tiene Massa de recrear expectativas. Hoy muchos periodistas acreditados en la Casa de Gobierno, cansados de las diatribas de la “portavoz” Gabriela Cerruti y de un presidente que a duras penas tiene agenda de actividades, quieren mudarse a la otra calle, donde hoy está la acción.

La sociedad está atenta

Desde que Mauricio Macri decidió eliminar el cargo de ministro de Economía cuando asumió, en 2015, el Palacio de Hacienda no acaparaba la atención de los medios como desde la llegada del líder del Frente Renovador: el propio expresidente le devolvió al cargo en medio de la crisis el rango formal de ministerio, pero ni durante su mandato, ni en lo que va del por ahora lamentable período del presidente Alberto Fernández, el ministerio de Economía generó algo de expectativas en los medios y en la sociedad.

Martín Guzmán tenía el cargo formal de ministro, pero ejercía como mucho como un secretario de deuda externa. Del fugaz y catastrófico paso de Silvina Batakis por el ya célebre quinto piso del Palacio de Hacienda, ni vale la pena hablar.

¿Sergio Massa, que consiguió la mayor concentración de funciones y secretarías desde la gestión de Roberto Lavagna, hace 15 años, logrará satisfacer mínimamente esas expectativas?

Las idas y vueltas con el nombramiento como viceministro del prestigioso economista Gabriel Rubinstein, un crítico del kirchnerismo que fue parte del equipo de Roberto Lavagna, no le aporta mucha solidez. El kirchnerismo puro lo estaría vetando simplemente por viejos tuits críticos del cristinismo.

Massa es el primer ministro de Economía de la democracia que no es economista: es abogado. Pero no está en ese lugar por su capacidad técnica, sino porque ante un presidente en debilidad absoluta y una “mujer fuerte” que demostró no tener noción de cómo funciona la economía, pero boicotea todo lo que no aplaudan sus bases de piqueteros y dogmáticos de izquierda, la de Massa es una solución “política”.

El momento en el que llega Massa al “verdadero” poder del gobierno no podría ser peor

Pero, a la vez, no podría ser mejor. Por un lado asumió con un riesgo país de casi 3.000 puntos y un nivel de pobreza histórico que supera el 40 por ciento. En los próximos días se conocerá la inflación de julio, que podría llegar al 8 por ciento.

Pero las malas cifras económicas podrían terminar jugándole a favor al tigrense, si sabe aprovecharlas: la inflación de julio que se publicará pronto es “de Guzmán y Batakis”. Si logra bajarla un poco, sería un logro suyo. Logro módico, pero logro al fin.

Cierto retroceso de la cotización de los dólares paralelos ya le jugaron a favor en la previa. También se vio beneficiado por una baja del riesgo país gracias a una recuperación de bonos y acciones argentinas: del quinto al cuarto subsuelo. Viendo el vaso medio lleno, Massa tiene todo para ganar.

También los datos con los que lo recibe la opinión pública al “superministro” son tan malos y a la vez tan buenos como la economía: su imagen personal está en el mismo nivel de los principales líderes kirchneristas, como la propia vicepresidenta Cristina Kirchner, el presidente Alberto Fernández y el “príncipe” y diputado Máximo Kirchner: todos cerca del 70 por ciento de rechazo. Con ese nivel de imagen, sus posibilidades de ganar una elección hoy lucen bajísimas.

La apuesta del controvertido pase al Frente de Todos no le salió bien a Massa. Aceptó el desafío del ministerio de Economía como apuesta a pleno en la ruleta: si acierta, recupera lo perdido. Si no, queda hundido.

Otro problema y a la vez oportunidad que enfrenta Massa es que la sociedad argentina se convirtió en la más depresiva del mundo. Mientras que en Ucrania, invadida por Rusia y en guerra desde hace medio año, el 75 por ciento de la población cree que su gobierno lleva al país “en la dirección correcta”, en la Argentina el dato es inverso: tres de cada cuatro argentinos cree que el país va en la dirección incorrecta, de acuerdo con la última encuesta de Zubán, Córdoba.

Según la encuesta de agosto de la consultora Taquión, las expectativas económicas de los argentinos superaron su propio récord: el 95 por ciento tiene sentimientos negativos sobre el futuro económico del país.

El primer anuncio de Massa no parece estar destinado a ser un cambio copernicano en la opinión pública

Massa no presentó un plan para terminar con el flagelo de la inflación ni para que haya más inversiones y empleo. Sus primeras medidas apuntaron exclusivamente a tranquilizar a los mercados que veían que el gobierno ni siquiera iba a poder cumplir mínimamente con las laxas exigencias del FMI para que el país no entre en default y se evite el caos.

Pero no todo está perdido: a favor tiene la inauguración del superministro que se convirtió en el primer funcionario del gobierno kirchnerista que no le habló exclusivamente a Cristina Kirchner. Como Alberto Fernández cuando alzaba el dedo para calificar a empresarios de “miserables”, insultaba a la Corte Suprema y a la Justicia; o cuando decía que la ciudad de Buenos Aires es “opulenta”, o arengaba “en contra del mérito”: nunca apuntaba a la opinión pública, si no pura y exclusivamente a los oídos de la vicepresidenta Kirchner. Todo el discurso del gobierno apuntaba pura y exclusivamente a la aprobación de Cristina Kirchner. Así le fue: del 70 por ciento de aprobación al inicio de la pandemia, el Presidente pasó al 70 por ciento de desaprobación actual. Un récord irrepetible a nivel mundial.

Otro punto para Massa: cuando el líder piquetero kirchnerista Juan Grabois anunció luego del discurso del miércoles que “como no hubo ningún anuncio para nosotros, nos vamos del Frente de Todos”, en el quinto piso del Palacio de Hacienda lo festejaron como un gol de Tigre. Las encuestas marcan que dos tercios de los argentinos quieren terminar con los planes sociales y la tres cuarta parte prefiere que se prohíban los piquetes.

Una encuesta entre encuestadores y consultores políticos del programa La Hora de Maquiavelo (por Metro, domingos a las 23.00) indica que tres de cada cuatro expertos en comunicación política cree que “Massa le garantiza al gobierno llegar con menos sobresaltos a diciembre de 2023″.

Pero para llegar más allá de ese módico objetivo y cumplir las ambiciones del tigrense de ser candidato presidencial del peronismo y tener chances de ganar, deberá regenerar las expectativas depresivas de los argentinos y ofrecer algo que apunte al largo plazo, aunque el plazo que le queda hasta las elecciones sea de tan solo un año y no pueda ver todos los frutos de las reformas estructurales que precisa urgente la Argentina.

¿Qué plan tiene para acabar con el flagelo de la inflación, que ya lleva dos décadas? ¿Qué piensa cambiar para que los planes sociales -rechazados ampliamente por la mayoría de los argentinos- sean innecesarios? ¿Tiene un plan para que las empresas inviertan y contraten? ¿Tendrá el equipo de Massa algún proyecto para que vuelvan las empresas que emigraron o mudaron sus sedes con la llegada del kirchnerismo? ¿Hay un plan para que los Precios Cuidados por la “policía gubernamental” se terminen cuidando solos con la ley natural de la oferta y la demanda, como en el 99 por ciento de los países?

La metáfora de que en cámaras de TV, Economía le gana a la Casa Rosada 4 a 1 es una ventana de oportunidad única para Massa. El silencio de la vicepresidenta, un gran activo, y la partida de los piqueteros del kirchnerismo, otro punto a favor.

Pero esa ventana de tiempo puede cerrarse muy pronto: la sociedad acorta los plazos y es cada vez más impaciente con un gobierno que no pega una desde hace casi tres años.

 

(*) Licenciado en Socioeconomía. Director periodístico de la revista Imagen. Dirige y conduce La Hora de Maquiavelo, programa de TV sobre comunicación política y empresaria 

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